Comentario
Aunque la vida rural se considere típicamente medieval, no debemos olvidar el desarrollo que manifiesta la ciudad en esta época. De esta manera, la vida urbana forma parte también del Medievo, especialmente después del siglo XII. No conviene establecer una separación entre campo y ciudad porque ambos elementos forman parte de un todo.
La ciudad presenta elementos diferenciadores tanto en las funciones que desarrollaría como en su aspecto estético. El primer elemento diferenciador será la muralla que rodea a la urbe -en las "Partidas" de Alfonso X se define la ciudad como "todo aquel lugar que es cercado con muros"-. El objetivo de la muralla es fundamentalmente de carácter defensivo al igual que las torres, el foso o las puertas. En algunas ocasiones encontramos dos barreras de murallas para reforzar la defensa urbana. También tenía la muralla una función fiscal y jurídica. Vivir en la ciudad concedía un estatus diferente y para acceder a ella se debía pagar un impuesto denominado portazgo en Castilla. Los regidores de la ciudad evitaban en la medida de los posible que se pudiera acceder a ella por otros lugares que no fueran las puertas, con tal de cobrar la mayor cantidad de tributos. Junto a la muralla solía celebrarse el mercado, uno de los signos de identidad de la ciudad junto a sus calles.
Las calles medievales solían ser estrechas, oscilando su anchura entre los dos y cinco metros aunque las grandes vías urbanas pasaban a diez o doce metros. Las cuestas eran características y la sinuosidad definía el trazado urbano, lo que provocaba dificultades en la circulación. Las calles estaban muy animadas aunque no dejaban de entrañar peligros. Uno de ellos era la suciedad que caracterizaba el entorno urbano en el que convivían animales y personas. Esta suciedad intentó ser mitigada a partir del siglo XIII con medidas que garantizaran un mínimo de higiene pública. A las calles se mostraban los artesanos que trabajaban en las ciudades, trabajando largas jornadas -unas catorce horas- de cara al público. En las calles encontramos numerosos vendedores ambulantes, deshollinadores, reparadores de objetos y allí se concentraban los jornaleros sin trabajo o los recién llegados a la ciudad. En las mismas calles se podía observar un buen número de espectáculos, actuando titiriteros y juglares o participando en desfiles o procesiones. Prostitutas, mendigos, delincuentes o locos también se exhibían en las calles, al igual que niños y menores. Por lo tanto podemos afirmar que el bullicio y el colorido sería la nota dominante en las ciudades medievales.